A pesar su importancia, de su complejidad y de su
apasionante belleza intrínseca, la Historia es una de las ciencias menos
valoradas del mundo moderno. Para la mayoría de las personas se trata de una
aburrida sucesión d listas en las que sólo cambia su contenido: reyes,
batallas, imperios y otros datos que en general no nos interesan lo más mínimo
porque “ocurrieron hace mucho tiempo” y no suelen resultar útiles para ganarse
la vida. Por desgracia, muchos historiadores comparten esa roma visión de su propia
especialidad y son incapaces de ir más allá de los dogmas que petrificaron su
idea de lo que se cree que ocurrió en el pasado, aunque aparezcan nuevas
pruebes que pidan a gritos otro ángulo de observación. Así, ayudan a imponer un
pasado reconstruido de acuerdo con ciertos intereses.
Otra vía útil para la recreación textual de nuestros
antepasados es la publicación de novelas históricas en las que se deforman los
hechos de manera sistemática con la excusa de dotar a los personajes de un
mayor dinamismo narrativo. El efecto adquiere mayor fuerza en las películas
basadas en esas novelas, que suelen retorcer aún más el suceso, alejándolo de
la realidad y conduciéndolo al terreno de lo mítico. El público, en general
ignorante, traga esa interpretación y se convence de que así sucedió de verdad;
más tarde utilizará las fabulaciones de los autores para defender, como si
fuera un experto, esa visión del hecho histórico y será difícil que se acepte
una versión distinta, aunque sea verídica. Ejemplo de esto es una de las
películas más famosas del mundo: La lista de Schindler, que Steven Spielberg
rodó en 1944 y que le reportó siente Oscar, además de consagrarle
definitivamente en Hollywood. Este largometraje está basado en el libro de
Thomas Kenneally, en el que se especifica claramente que se trata de una novela
“cuyos nombres, personas, lugares e incidentes son producto de la imaginación
del autor o han sido utilizados ficticiamente”. Y así es, porque utiliza hechos
reales para recrearlos como mejor le parece. El problema es que Spielber hizo
lo mismo al traducir el libro a imágenes y se olvidó un epílogo documental para
dar verosimilitud a una cinta llena de tergiversaciones que, sin embargo, suele
considerarse fiel reflejo de un momento histórico.
Las líneas generales sobre las que transcurre son verídicas:
la dominación nazi de Polonia y sus efectos en la población civil, y en
especial aquellas personas que , internadas en los campos de concentración, sirvieron
como mano de obra esclava en las fábricas del Tercer Reich. Sobre este marco se
relata la historia de Oskar Schindler, un empresario avispado y vividor cuyos
contactos con el régimen le permitieren hacer fortuna y vivir muy bien a su
sombra. Se cuenta que gracias a su bondad y su conciencia, en torno a un millar
de judías se salvaron de morir en el complejo de campos de Aushwitz-Birkenau
porque los incluyó en una lista de trabajadores especializados insustituibles
que trabajaban en su fábrica. En la práctica, estos judíos (una lista inicial
de unas ochocientas personas, engrosada después hasta superar las mil
doscientas) le habían sido asignados como esclavos, aunque él los tratara con
humanidad y, finalmente, consiguiera liberarlos en los últimos días de la
guerra mundial.
Éste es el mito. EN la realidad, la fábrica d Schindler no
fabricaba inocentes ollas de aluminio como aparece en la película, sino
material bélico para el ejército alemán. Además, él no era el dueño de la
empresa, sino un simple testaferro de la colectividad judía, que le encargó la
administración por sus buenas relaciones personales con altos cargos nazis. En
el largometraje se relata como su coordinador de personal añade nombres a una
lista de trabajadores judíos (en la novela no acceden gratuitamente a ella,
sino que compran su ingreso con diamantes) a fin de garantizarles un mejor
trato y la literal supervivencia en el KZ Plaszow (Campo de Concentración de
Plaszow). Este campo se describe como el particular coto de caza humana del
sádico comandante nazi Amon Goth (no deja de ser curioso que la traducción de
este nombre sea Dios Amón: rival egipcio de Jehová, el dios judío), quien
dispara por diversión a los escuálidos y torturados internos desde el balcón de
su hermosa mansión ubicada en lo alto de una colina. En realidad, y de acuerdo
con las fotos aéreas tomadas por los aliados, la mansión de Goth se encontraba
detrás de una colina dentro del KZ y su balcón miraba hacia el lado opuesto a
los barracones de los internados, por lo que difícilmente pudo tener puntería
de esta forma.
En cuanto a los datos del auténtico Oskar Schindler que hoy poseemos, no se
parecen tanto a los del concienciado personaje que interpreta Liam Neeson.
Sabemos, si, que amasó una considerable fortuna con sus negocios, pero no la
empleó en facilitar la huida de judíos desesperados, sino que la dilapidó en
sus diversiones favoritas, especialmente el juego y la bebida. De hecho, en
octubre de 1993 se publicó una entrevista con su viuda, Emile, quien calificó a
su marido de “inútil y estúpido” porque “él no salvó a nadie como cuenta el
libro”, en referencia a la novela de Kenneally, sino que había sido ella quien
había ayudado a los judíos. Y lo cierto es que esta mujer acabó viviendo de la
caridad de la agradecida judería argentina después de que su marido la
abandonara en el país sudamericano para no tener que afrontar sus cuantiosas
deudas. En privado, llegó a referirse a él como Socar Schwindler, con W (en
alemán, timador).
Cuando uno toma conciencia de estas manipulaciones queda una
duda terrible: Cuántas coas más de las que le han contado no sucedieron
exactamente así. Teniendo en cuenta que la época y aportó en la realidad bastantes
sucesos horrorosos, ¿qué necesidad veía Spielberg de recargarlos e intentar
engañar a su público, describiendo como reales sucesos que no lo fueron?
Albergaría sus razones, pero un caso como éste demuestra que no podemos fiarnos
de las interpretaciones históricas para el gran público, aunque nos hablen de
unos sucesos que creemos conocer más o menos bien. Por lo general, el ser
humano contemporáneo, obsesionado por sus preocupaciones personales y deseosos
de liberarse de sus obligaciones y responsabilidades diarias, no tiene tiempo
ni ganas de comprobar que lo que le cuentan es así.
Se podría decir que con los medios de comunicación pasa un
tanto de lo mismo. Fuel el propio escritor británico George Orwell, que vivió
la tragedia de la Guerra Civil Española in situ, quien recordaría más adelante
que “desde muy temprano me di cuenta de que no hay acontecimiento que sea
relatado correctamente en un diario, pero en España por primera vez vi crónicas
periodísticas que no guardaban relación alguna con los hechos: ni siquiera la
que implica una mentira ordinaria”.
Extraído del libro "La historia oculta del Mundo" - Paul H. Coch
Extraído del libro "La historia oculta del Mundo" - Paul H. Coch
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