Las elecciones sirias han sido una culminación del profundo cambio que ha tenido lugar en estos últimos meses en Oriente Medio y el mundo. En este período, Rusia ha dado, por primera vez desde la caída de la Unión Soviética, una imagen de firmeza y defensa de sus intereses con motivo de las crisis de Siria y Ucrania. China, por su parte, se convertirá este año, según algunos analistas, en la primera superpotencia económica en un momento en el que busca reafirmar su soberanía sobre los territorios en disputa con Japón y otros países del Sudeste Asiático.
Rusia ha creado recientemente, junto con Kazajistán y Bielorrusia, la Unión Económica Euroasiática, el contrapeso de Moscú y sus aliados a la Unión Europea. Varias repúblicas ex soviéticas como Armenia, Tayikistán y Kirguistán se unirán próximamente e Irán y Siria también podrían seguirles, lo cual creará un enorme espacio de cooperación económica y política en Eurasia.
Otro instrumento de unión de las potencias emergentes, el BRICS, se dispone a reforzar sus filas incorporando a Argentina y estrechando así la relación global entre América Latina, anteriormente el patio trasero de EEUU, con Rusia y China.
Los países occidentales, sumidos en graves crisis económicas que están generando una contestación interna sin precedentes, sienten ahora que sus sueños de dominio global se han desvanecido para siempre. Ellos son incapaces de imponer su voluntad al nuevo “Este”, no formado ya por la ex Unión Soviética y algunos países del Este de Europa, sino por un enorme bloque euroasiático que se extiende desde las costas del Pacífico hasta el Mediterráneo y del Océano Glacial Ártico al Golfo Pérsico.
Este nuevo Este se complementa además con su alianza del ALBA y otras potencias de América Latina: Brasil y Argentina. La estrecha cooperación entre Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Ecuador con Irán, Rusia y China es un ejemplo de ello.
Irán está en la última etapa de negociación de su programa nuclear y ha desarrollado en estas últimas semanas sus relaciones con los países árabes del Golfo Pérsico, excepción hecha todavía de Arabia Saudí, que ha invitado recientemente al presidente iraní, Hassan Rohani, a visitar Riad. El Sultanato de Omán mantiene estrechos vínculos desde hace años con Irán mientras que el emir de Kuwait acaba de visitar Teherán, donde calificó al Líder Supremo de la Revolución Islámica de Irán, Sayyed Ali Jamenei, como “líder y guía de los países de la región.”
El acuerdo nuclear, en caso de producirse, llevará a una enorme expansión de la economía y la influencia política de Irán, como gran potencia, en Oriente Medio, el Golfo Pérsico y Asia Central. No pasará mucho tiempo sin que las compañías y gobiernos occidentales busquen aprovechar las grandes ventajas que ofrece el mercado iraní e incluso traten, mediante maniobras políticas, de alejar a ese país de Rusia y China, algo prácticamente imposible debido a la profundidad de las relaciones que Irán ha alcanzado con ambos países en estos años de embargo occidental.
En Iraq, el primer ministro Nuri al Maliki, aliado de Siria e Irán, ha ganado las elecciones legislativas incrementando su representación parlamentaria tras una campaña basada en la promesa de lucha contra el terrorismo y de denuncia de la injerencia saudí, qatarí y turca en su país y del apoyo de estos países a los grupos armados. Esto supone un sonoro fracaso de la estrategia saudí que no escatimó en medios para hacer caer a Maliki, un aliado fundamental de Irán.
Todo ello plantea un escenario donde los países árabes del Golfo y los europeos se verán obligados de facto a reconocer los resultados de las elecciones sirias y abrir canales de diálogo con Damasco. Esto viene dado además por el hecho de que el terrorismo procedente de Siria se ha convertido ahora en un enemigo a nivel internacional y en una amenaza para los estados árabes y occidentales tanto como la propia Siria.
De este modo, la resistencia del pueblo sirio ha situado la nueva ecuación en un nivel en el que a los estados occidentales ya sólo les cabe dar marcha atrás y reconocer el fracaso de su estrategia contra Siria y el desastre que sus políticas en este país han generado a nivel regional e internacional y que ahora comienza a perseguirles.
No es casualidad que Jeffrey Feltman, antiguo embajador en el Líbano, ingeniero de la así llamada “Revolución de los Cedros” de 2005 -que llevó a la salida de las tropas sirias del Líbano- y firme sostenedor en estos años de la agresión contra Siria esté ahora aconsejando a la Administración estadounidense reconsiderar su política hacia ese país en lo que supone un reconocimiento abierto del fracaso de la estrategia estadounidense contra ese país.
En este sentido, las elecciones del 3 de Junio en Siria no son sólo la cristalización de la victoria de Siria, personificada en el presidente Bashar al Assad, sino la plasmación de que la resistencia de ese país ha sido un catalizador del nacimiento del nuevo bloque euroasiático que nace para otorgar a una gran parte del mundo una independencia y soberanía reales frente al hegemonismo y necolonialismo occidentales.
Esto explica por qué las potencias occidentales propusieron a Damasco, a través de los mediadores rusos, una oferta para que abandonara sus planes para la celebración de los comicios ofreciendo, a cambio, al presidente Assad permanecer en el poder al menos durante un tiempo. Esta oferta fue rechazada por el gobierno sirio, que era consciente del valor y la importancia que tenía el que los sirios votaran para decidir su destino y contribuir, con su voto, a la derrota de la agresión internacional
Las enormes colas de votantes en Beirut, Damasco y otras ciudades son una muestra de que el pueblo sirio ha comprendido también la importancia de estos comicios y busca aprovecharlos para enviar su mensaje al mundo, y especialmente a sus agresores, en el sentido de que una nación con miles de años de historia y pilar del arabismo no conocerá la derrota gracias a la determinación de su pueblo y la ayuda de sus amigos y aliados.