La reciente aprobación en el Congreso del informe para la Racionalización de los Horarios que recomienda al Gobierno implantar el horario británico en España como una de las fórmulas para acabar con los tiempos muertos de la jornada laboral ha desatado un apasionante debate en la sociedad española.
Mientras unos consideran que ya ha llegado el momento oportuno de sacrificar la siesta, a favor de un horario homologable al del resto de la Unión Europea, otros sostienen que esa arraigada costumbre nacional es esencial en el modelo de vida de una gran parte de los españoles.
La iniciativa del Congreso tiene dos puntos clave: adaptar el actual huso horario al británico e introducir la jornada continua. Las empresas solo ven ventajas en esos posibles cambios que, según opinan, permitirían una mejor conciliación de la vida laboral y familiar, mientras la productividad aumentaría sensiblemente. Algunas compañías españolas ya han potenciado la jornada intensiva que aconseja el informe. Un ejemplo es la eléctrica vasca Iberdrola, que en 2007 se convirtió en la primera empresa del Ibex-35 en aprobar la jornada continua.
"Desde que se puso en marcha la jornada continua, la productividad ha aumentado en 500 000 horas anuales", explicó un portavoz de la empresa al diario español ABC. La compañía lo atribuye al hecho de que las personas, “cuando están satisfechas y a gusto en su trabajo, se comprometen más con la empresa y sus objetivos”.
Una encuesta realizada por Alta Gestión entre los asalariados españoles confirma que nueve de cada diez preferirían trabajar en horario intensivo. La mayoría están a favor de acabar con unos horarios que les obligan a pasar prácticamente todo el día trabajando, sin tiempo de ocio y tampoco para estar con la familia. Otro estudio, elaborado por la Fundación Independiente y el Centro Internacional de Trabajo y Familia, destaca que el horario actual hace “muy difícil” que coincidan horarios entre empleados y directivos de países europeos y los españoles. Eso a su vez perjudica a las relaciones comerciales.
Sin embargo, no todos están de acuerdo con la idea de adaptarse al nuevo horario. Más aún por las presiones y burlas que llegan a través de algunos medios de información europeos. Así, la imagen de España que ofrece últimamente la prensa británica, especialmente después de la escalada de tensión diplomática por Gibraltar, ofende a muchos residentes españoles dentro y fuera de Europa. La última ola de indignación fue provocada precisamente por un artículo publicado por el periódico The Telegraph que afirmaba que la culpa de la crisis española la tiene la siesta.
“Las tres horas para comer de los españoles han sido durante mucho tiempo la envidia en los países vecinos”, comienza el artículo de Martin Roberts. “Ahora los españoles se enfrentan a la presión de tener que abandonar sus siestas y adaptar sus relojes a la misma zona horaria que Gran Bretaña. Las largas pausas para almorzar son un retroceso y hacen que los españoles trabajen mucho más y produzcan menos”.
Esa información fue interpretada por muchos españoles no solo como un atentado contra la consagrada costumbre de echarse una siesta en la sobremesa, sino como un asalto contra la propia esencia nacional española. “No es prudente propugnar un cambio de costumbres. ¿Y si terminamos comiendo como ellos? Sin jamón, sin tortilla de patatas, sin queso curado, sin un buen vino, sin aceite de oliva. Y, ¿a cambio de qué? De comerse un triste sándwich en la mesa de trabajo, de forma vergonzosa o sentado en un banco de un parque cualquiera, ocultándose de los demás como el que comete un delito. No señor, aquí en España la comida es un acto social muy importante, es una oportunidad de cultivar las relaciones sociales, es donde se ve quién es quién, porque la condición de las personas se ve en el amor y en la mesa.
Habría que recordarle a los críticos británicos lo que dijo una vez Winston Churchill: “Hay que dormir en algún momento entre el almuerzo y la cena, y hay que hacerlo a pierna suelta: quitándose la ropa y tumbándose en la cama. Es lo que yo siempre hago. Es de ingenuos pensar que porque uno duerme durante el día trabaja menos. Después de la siesta, se rinde mucho más. Es como disfrutar de dos días en uno, o al menos de un día y medio".