Los principales medios de comunicación en España se han apresurado a hacer públicas las conclusiones del Banco de España que dan fin a la recesión en España. Por su parte, el gobierno y la gran empresa, con los mismos datos en el bolsillo, llevaba ya tiempo bombardeando a la opinión pública con la tesis de que lo peor de la tormenta ha pasado y que el país afronta la recuperación.
No hay más que recordar cómo se le llenaba la boca al presidente Mariano Rajoy ante las cámaras de la televisión nacional: "España está saliendo de la crisis con una economía saneada y fuerte"; o al presidente del Banco de Santander, Emilio Botín: "Está llegando dinero a España de todas partes".
"Durante el tercer trimestre de 2013, la economía española prolongó la mejora gradual que se viene observando desde principios de año, en un entorno caracterizado por un cierto alivio en las tensiones financieras y una mejora de la confianza". Este es el diagnóstico que los expertos del Banco de España le ha puesto al estado de la economía española y que tendrá que ser corroborado por el Instituto Nacional de Estadística durante algún momento de la semana entrante. España, que había encadenado once trimestres consecutivos con cifras de PIB negativas, es decir, en recesión, desde este tercer tramo del año vuelve técnicamente a crecer. Una cifra pírrica, testimonial, un 0,1 %, es decir, prácticamente nada.
Las cosas son como se perciben. Y los dirigentes nunca dan puntada sin hilo a la hora de abotagar al ciudadano, intentando amoldarlo todo a sus intereses y hacer comulgar a la gente con ruedas de molino. Efectivamente, el informe del Banco de España da una lectura superficial positiva: la economía ha abandonado la tendencia negativa de años anteriores y las exportaciones muestran unas cifras satisfactorias. La balanza comercial ha mejorado los indicadores del 2012 y, con datos de agosto del 2013, muestra un superávit récord de más de 17 mil millones de euros, que dobla al del pasado ejercicio. Además, como siempre el turismo sigue boyante. En 2012 con 57 millones de turistas y más de 55 mil millones de euros esta industria sigue siendo la tabla de salvación económica del país.
¿Todo bien? Más allá de este circo de apariencias, la realidad descubre otra cosa, y el ministro de economía, Luis de Guindos, que lo sabe, se muestra un tanto ajeno a la euforia y vuelve a ubicar la recuperación otra vez en la indeterminación del horizonte "Nos queda mucho por delante, nos queda mucha crisis por delante, pero este es el primer paso, pequeño, tímido, limitado". Demasiado limitado, constreñido a un simple saldo de fríos números, el de la balanza de pagos que es innegablemente importante y orientativa a la hora de palpar las constantes vitales de un país, pero que no es el único parámetro a valorar y quizás tampoco el más importante.
Y es que España, según los números, y a pesar de las afirmaciones de su ejecutivo, de los mercados financieros y de los engolados economistas del Fondo Monetario Internacional, está muy lejos del final de la crisis. El crecimiento del PIB del último trimestre al 0,1 % todavía oculta un déficit acumulado anual del 1,2 % que, aunque mejor que el 1,6% del pasado ejercicio, continua siendo sencillamente nefasto. Por otra parte, si la crisis ha despertado en las empresas la necesidad de salir al exterior para intentar vender sus productos, también ha socavado en gran medida el peso de las importaciones de artículos extranjeros. A menor actividad económica, menor es el consumo en general, el de procedencia doméstica y el externo.
Por este motivo, el superávit comercial existe no solamente gracias al aumento de las exportaciones, sino por la caída en el capítulo de las importaciones por segundo año consecutivo. Además, conviene recordar que España es totalmente dependiente de la importación de energía, lo que vuelve a colocar el saldo comercial total del país en números rojos. Es cierto, que este gasto también ha descendido por mor de la intensa destrucción de empresas, que son las que más energía consumen. En realidad, esta leve mejoría en las cuentas tiene algo de espejismo que esconde una la tremenda degradación de la economía española. Paradójicamente, estos balances positivos son fiel reflejo de la atonía de la actividad.
Y es que los síntomas de la evolución de crisis española están bien a la vista, en el aumento de la deuda pública, en la astronómica deuda privada y en el tremendo desempleo. La deuda pública durante los años de recesión se ha hinchado como un globo y actualmente es de un 92 % del PIB. La economía se ha encogido y los impuestos que genera ya no son suficientes para mantener a un sector público diseñado para otro contexto. Las medidas de austeridad del gobierno no terminan de funcionar y el déficit público anual ronda el 7%, a pesar de todas las promesas hechas a Bruselas. Demasiado.
La deuda privada va recuperándose muy lentamente desde 2010 pero parte desde unas cifras astronómicas (alrededor de dos billones de euros conjuntos entre familias y empresas). En conjunto, la deuda española es tremenda, acercándose a los tres billones de euros representa el triple de todo lo que produce el país en un año. En el fondo, la deuda es impagable y genera unos intereses bancarios que son un ancla a cualquier intento de reactivación. Hacen dudar a los mercados exteriores y subir la prima de riesgo a las primeras de cambio.
Pero el principal problema español es el desempleo. Con una tasa cercana al 27 % de la población activa (cuando EEUU durante la Gran Recesión del los años 30 alcanzó el 25%, nivel que fue considerado una tragedia nacional), el paro en España es un monstruo con múltiples rostros. A la vez consecuencia y causa del parón económico, influye en la salud de la gente y su evolución demográfica. España, incluso en los mejores años del apogeo de la burbuja inmobiliaria, rara vez bajó del 10% de índice de desempleo, una cifra escandalosa para cualquier país desarrollado. Hoy las previsiones son sombrías e inciertas, el Instituto de Economía de Flores de Lemus apunta a que los índices de empleo anteriores a la crisis puede que se recuperen en torno al 2026. Si la economía va bien…
Así las cosas tenemos un colectivo de seis millones de personas que no pueden aportar su granito de arena al crecimiento y a la actividad del país y consumen recursos en lugar de estar produciéndolos. Gente que no compra porque no puede, que no paga impuestos porque no puede y que se emigra si se le tercia por pura necesidad.
Y esto es lo que se extrae de las estadísticas y que el gobierno no termina de decir a las claras. Como tampoco hace mención de lo que nos espera a la vuelta de la esquina, cuando esta recesión sistémica haya transformado definitivamente la sociedad. Pero los primeros pasos están ahí: la moderación salarial recomendada por el FMI, suave pero constante, hará de España una economía competitiva a costa de transformar la mano de obra en algo muy asequible para el empresario; algo de lo que podrán desprenderse con extrema facilidad gracias a las paulatinas reformas laborales. Si, el índice de desempleo tarde o temprano descenderá, todos volveremos a aportar religiosamente nuestros impuestos a las arcas públicas hasta la tardía jubilación, que puede que con suerte coincida con la muerte natural.
El gobierno y las grandes élites empresariales esperan ya este escenario. Aquellos, para descargarse de obligaciones y estos para enriquecerse todavía más con las nuevas ventajas que les ofrece.
Entre tanto, con unos sueldos míseros y una precariedad laboral extrema ¿quién hará planes de futuro?, ¿quién consumirá?, ¿quién realizará grandes compras o inversiones?, ¿quién moverá la economía? Probablemente y todo sea más sencillo, como lo era en la Edad Media… Son todo incógnitas.