Eduardo Galeano, un escritor sensible, hombre que no podía
ser más entrañable. Murió demasiado pronto, demasiado pronto, el 13 de abril,
cuando tenía 74 años de edad. Le rindo homenaje mediante la publicación de un texto dedicado a
Palestina publicado el 26 de noviembre de 2012 en Aporrea.org.
Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica
terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería
de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará
multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación
perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus
tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus
gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está
siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó
limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en
1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador.
Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala
conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La
democracia es un lujo que no todos merecen. Son hijos de la impotencia los
cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con
chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la
ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida,
es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel,
gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está
negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca
Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van
corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.
No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia
para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que
Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha
tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se
justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil
años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los
palestinos al acecho. Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni
las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de
los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y
es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le
regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con
que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera
podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno
británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA.¿Acaso la tragedia
del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde
proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de
sus vasallos? El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe
a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se
llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales.
En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y
suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento
humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación
de limpieza étnica. Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por
cada cien palestinos muertos, un israelí. Gente peligrosa, advierte el otro
bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a
creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios
también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas
de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló
Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más
que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre
artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro? Ante la tragedia
de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la
indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones
altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.Ante
la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como
siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad,
derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada
maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero
desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los
palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas.
Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena. (Este
artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras
latinoamericanas que Israel asesoró).