Los soldados se agotan y no resisten tanto como deberían. Se debilitan y sucumben a las enfermedades. Por eso durante más de un siglo la medicina moderna ha probado en las tropas medicamentos, fármacos y drogas cuyos efectos secundarios han sido nocivos. A lo largo de las diferentes guerras, los prisioneros han sido sometidos a salvajes experimentos médicos militares. Especialmente por los nazis como Strughold (Shtrúgjold), un oficial del Ministerio alemán de Defensa Aérea.
El soldado de la Primera Guerra Mundial vive inmerso en el barro, agotado por el miedo, la muerte inminente. A fuerza de hazañas aéreas y cocaína, algunos de estos pilotos han terminado viéndose a sí mismos como reencarnaciones de los caballeros de la Edad Media. Tras la Primera Guerra Mundial, comenzará a desarrollarse la farmacología, y más concretamente una ciencia muy particular, la de los estimulantes. A lo largo de los años 20, la industria farmacéutica crea las primeras anfetaminas, en respuesta a la demanda desenfrenada de esos “años locos.
Tras la II Guerra Mundial, las reservas de sustancias estimulantes acumuladas durante el conflicto son tan importantes que se distribuirán anfetaminas sin receta ni criterio al conjunto de la población. Un anuncio vende así las virtudes de la anfetamina nacional: “Philopon vacía la mente y tonifica el cuerpo”.
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