La renuncia del Rey
al controvertido yate Fortuna, acaecida la semana pasada, fue presentada por
ciertos medios como un gesto de desprendimiento, de rechazo a un lujo superfluo
en tiempos de sacrificio para la sociedad española. Una nueva muestra de
generosidad y ejemplo de Juan Carlos ante los sufrimientos y aprietos de sus
súbditos. Por suerte, Vozpopuli completaba muy oportunamente la información,
señalando una interpretación más ajustada a la realidad. El detonante se
encontraba en la negativa de Patrimonio Nacional, más seco que una mojama, a
continuar sufragando con dinero de los contribuyentes un mantenimiento que
ascendía a 1,8 millones de euros anuales. Ante la grave disyuntiva de cubrir
los gastos con su peculio particular o renunciar a la motonave, su majestad
había decidido aferrarse, a regañadientes, a una de las más arraigadas
tradiciones de la monarquía española: aquélla que impide al Rey costear gasto
alguno de su propio bolsillo.
No era la primera vez que el Fortuna se colocaba en el centro de una historia
edulcorada, cuando no falsa o manipulada por los medios. Construido con las
técnicas más avanzadas, y dotado de la tecnología más moderna, este enorme y
potente yate de 21 millones de euros, fue regalado al Rey hace 13 años por una
veintena de empresarios. En cualquier país serio, un obsequio al Jefe del
Estado por semejante cuantía hubiera disparado las alarmas de la opinión
pública, generado un monumental escándalo y desencadenado la inmediata
intervención de la fiscalía del Estado.
Cuéntelo como una bella historia de generosidad
Pero España es diferente. No hay mejor forma de ocultar algo tan voluminoso, e
imposible de mantener en secreto, que exhibirlo a la vista del público con gran
publicidad y derroche de imagen. Y desviar la interpretación hacia un marco o
esquema que resalte los aspectos benévolos y caritativos del acontecimiento.
Una historia de generosidad y bondad, con ventajas y beneficios para todos los
ciudadanos.
Ante la desgracia de un pobre Rey (que según Forbes, tiene una fortuna de 1.790
millones de euros, cuyo yate había quedado viejo y obsoleto, unos valientes
empresarios mallorquines habrían dado un firme paso al frente, rascándose el
bolsillo con tesón para proporcionar al Monarca la embarcación que, por
posición, bien merecía. Y lo hacían de manera desprendida, nunca buscando
ventaja para sí, sino el bien de sus semejantes. No eran ellos quienes obtenían
directamente los beneficios de tan altruista acto sino toda la sociedad de Mallorca
pues la acrecentada presencia de la familia real fomentaría el turismo,
generando empleo y riqueza para todos. Además, dado que el Rey cedía la
propiedad a Patrimonio Nacional, manteniendo sólo el uso exclusivo, el regalo
iba dirigido a todos los españoles (hay que joderse!!! Ahora se lo quieren llevar…),
ahora propietarios de un moderno y flamante barco. Un acto de gallardía digno
de aplauso y encomio.
Sin embargo, un análisis más detallado permitía identificar un marco
argumental endeble y un relato repleto de agujeros. En realidad, el negocio era
ruinoso para los ciudadanos pues la cesión al Patrimonio Nacional implicaba que
los contribuyentes sufragarían todos los gastos de mantenimiento de un bien de
uso privado del Monarca. Además, los supuestos ‘mecenas’ se aplicaban en
la donación sustanciosas desgravaciones fiscales, con evidente quebranto de los
ingresos públicos.
Si de fomentar el turismo se trataba, existían vías mucho más eficaces para
invertir los 21 millones de euros que la compra de un pretencioso yate,
utilizado en contadas ocasiones. Todavía más grave, la teoría señala que los
sujetos racionales muestran muy poca inclinación a aportar dinero en las
condiciones descritas. Un turismo más intenso implica un beneficio muy
repartido del que no puede excluirse a nadie, haya pagado por el yate o no.
Habría imperado claramente la postura conocida como free rider: dejar que
pongan dinero los demás y aprovecharse igualmente de las ganancias. De hecho,
para completar la lista hubo que recurrir a empresarios de otras regiones, que
ni siquiera mantenían intereses en el negocio hotelero. Si sólo se hubiera
tratado de fomentar el turismo, el Rey se habría desgañitado solicitando la
‘pasta’, sin llegar a satisfacer su capricho.
Una corte de los milagros para ganancia de aprovechados
Definitivamente, todo apuntaba a una
ventaja que no era pública sino privada. No se trataba de la industria
turística sino de los privilegios que esperaban los donantes. Es imposible
disipar ese tufillo a intercambio de favores dentro de una corte de los
milagros mantenida a toda costa en Mallorca, para ganancia de caciques y
aprovechados. Un circo que seguramente atraía más jugadores de ventaja, y
cazadores de prebendas, que visitantes con buen gusto. Esas aportaciones al Rey
en favor del turismo recuerdan demasiado a las que recibiría, años después, el
yerno Urdangarin a cuento de fomentar el deporte, la cultura, o lo que fuera
menester.
Cuando la mayor parte de los medios ofrece un marco interpretativo que conduce
a una determinada explicación de un hecho, la opinión pública tiende a
aceptarla, aún siendo falsa e inconveniente. Desgraciadamente, buscar otro
marco requiere esfuerzo y gasto de una energía que las personas necesitan
generalmente para otras actividades vitales. Los perjudicados son la verdad, la
honradez y el prestigio del periodismo.
Dadas las circunstancias, debemos permanecer en guardia para preservar nuestro
juicio libre de interpretaciones sesgadas e interesadas, tan comunes en España
para todos los asuntos relativos a la realeza. Y, siguiendo el prudente
consejo, creer sólo la mitad de lo que vemos… y la cuarta parte de lo que
escuchamos o leemos. Al menos, hasta disponer de una mayoría de medios e
instituciones fiables, transparentes, imparciales e independientes.
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