Los acontecimientos que están desarrollándose a día de hoy en Kiev no tienen nada que ver con las protestas de la población pro europea. Es un golpe de Estado con claros índices de la intervención extranjera.
Cuando los grupos ultranacionalistas asaltan la sede de la administración presidencial y los líderes manifestantes instalan en la alcaldía de Kiev ocupada un cuartel general temporal de la oposición unida no tiene sentido hablar de una lucha política. El guion que preveía apartar a Ucrania de Rusia mediante el acuerdo de asociación con la Unión Europea se transformó en una verdadera “primavera ucraniana”.
Es evidente que se hará un intento para obligar a las autoridades ucranianas a dejar las riendas del poder o, al menos, de quitarles la posibilidad de ejercer la influencia en el desarrollo de los acontecimientos en el país. Es decir, se elige entre una revolución blanda o violenta. Si los violentos manifestantes de la extrema derecha ucraniana bien adiestrados por los instructores occidentales hubiesen logrado tomar la sede de la administración presidencial, los líderes opositores Arseni Yatseniuk y Vitali Klitschko ya se habrían proclamado nuevos dirigentes de Ucrania. Pero el fracaso del asalto y las acciones decisivas del presidente ucraniano, Víctor Yanukóvich, les obligaron a cambiar su retórica. Ahora se declara que la oposición no tiene nada que ver con el intento de asalto de la administración presidencial y se echa toda la culpa a los “provocadores”.
Hay sólo un momento positivo en la coyuntura actual: Yanukóvich y sus círculos más próximos, así como una gran parte de la cúpula dirigente del Partido de las Regiones ya se han dado cuenta de que lo que pasa es muy serio. Si Yanukóvich pierde el poder, le espera la cárcel o el destino del ex líder libio, Muamar Gadafi. Los representantes de su entorno más próximo no evitarán el castigo tampoco. Decenas de miles de militantes del Partido de las Regiones imaginan perfectamente qué harán con ellos y sus familias los “eurointegradores” con ánimos nacionalistas en caso de que lleguen al poder. Para miles de funcionarios ucranianos leales a Yanukóvich la pérdida de sus cargos y negocios será una de las consecuencias menos graves de la llegada de los arquitectos de una nueva “revolución naranja” al poder.
Varios oligarcas que hasta hace poco colaboraban o mantenían relaciones neutrales con el presidente ucraniano se pasaron a la oposición. Esto produjo cambios en la composición del entorno más próximo de Yuanukóvich. El presidente ucraniano se reunió el pasado 1 de diciembre en Mezhgorie, la residencia campestre del jefe del Estado ucraniano, con sus más cercanos colaboradores que pasaron prueba del tiempo. Se puede interpretarlo como una señal de que Yuanukóvich deja de buscar equilibrio entre varios grupos y renuncia a las fórmulas de compromiso. En esta coyuntura, el mandatario ucraniano necesitaría la independencia financiera de los oligarcas. Sería posible lograr esta independencia si Moscú permitiese dirigir a Yuanukóvich los recursos financieros provenientes de la venta del gas natural en Ucrania, quitando a los oligarcas ucranianos de este proceso. Los rumores de que los acontecimientos podrían desarrollarse de este modo circulan en los círculos vinculados con la política. Si este guion se hace realidad, Yuanukóvich podría reprimir a los grupos que amenazan con destruir el régimen constitucional ucraniano. Las fuerzas leales a las autoridades que están seguras de que el Gobierno no les traicionará ni va a pasarse al lado de Occidente, bien podrán cumplir esta tarea.
Si los “eurointegradores” logran tomar el poder en Kiev, esto no pondrá fin a la lucha en Ucrania. La población de Sur y Este del país podrá desatar una guerra civil bajo la dirección de los militantes del Partido de las Regiones locales. No tendrán ya nada que perder, porque las nuevas autoridades les quitarán su propiedad y libertad seguramente. Las exigencias y la conducta de la oposición radicalizan las regiones de Ucrania cuyos habitantes se pronuncian en contra de la integración europea y reclaman un acercamiento a Rusia. Si se instala un poder ilegítimo que tendría una postura abiertamente antirrusa en Kiev, las autoridades regionales del Sur y Este de Ucrania pueden no reconocerlo y aplicar medidas concretas para separarse de Ucrania. Ya se puede adivinar cómo se desintegraría el país, porque existen claras líneas de demarcación entre varias áreas de Ucrania que la dividen por los factores étnicos, lingüísticos y políticos. No está claro todavía cómo sea la influencia de Rusia en los procesos que tendrían lugar en estas regiones, en caso de que el guion anunciado se haga realidad. Es evidente que la posible desintegración de Ucrania afectará a todos los actores geopolíticos en Europa y esto da la posibilidad de esperar que las partes en conflicto en Ucrania logren encontrar una fórmula de compromiso.
Desgraciadamente, las revueltas en Ucrania estallaron en un período inconveniente para Rusia que debe asegurar el suministro del gas a Europa vía Ucrania en invierno. En esta coyuntura, Moscú debería estar interesada en que se mantenga una mayor o menor estabilidad en el país y estar segura de que las provincias occidentales no bloqueen el sistema ucraniano de transporte de gas. Por otro lado, Europa sentirá las consecuencias económicas de instigación de ánimos antirusos en los políticos de las antiguas repúblicas soviéticas.
Los acontecimientos que tendrán lugar en los próximos días demostrarán cómo serán los resultados de la “primavera ucraniana”: si Ucrania se convertirá en enemigo de Rusia y campo de operaciones de la OTAN, el país se desintegrará o Yanukóvich pasará a ser un político duro que se orientará al modelo vertical del poder liberado de la influencia por parte de los oligarcas para siempre.
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