En nuestras mentes resuena como un mantra la frase “todos
son iguales” y como si de un virus se tratara se extiende y se multiplica en la
sociedad. Nos preguntamos por qué este “virus” es tan contagioso, los síntomas
que produce como la inacción, el sentimiento de culpa o el miedo, y sus
mecanismos de acción.
La indefensión aprendida
(IA) es un fenómeno cuya consecuencia sería creer que nuestra conducta no
tendrá ninguna influencia sobre los resultados. Esta creencia se aprende y
tendría importantes consecuencias sobre nuestra conducta y nuestro estado de
ánimo. Técnicamente se ha descrito como una expectativa que produce tres
efectos: a) déficit motivacional para emitir nuevas respuestas, b) déficit
cognitivo para aprender que las respuestas controlan los resultados y c)
reacciones afectivas de miedo y depresión.
Decimos que una
persona ha adquirido la condición de indefensión aprendida, cuando ésta ha
aprendido a comportarse pasivamente, sin responder ni hacer nada, a pesar de
existir claras oportunidades para ayudarse a sí misma. Martin Seligman, en 1975
estudió la relación entre el aprendizaje instrumental y el temor condicionado.
La estructura cerebral que se relaciona con el aprendizaje es el hipocampo, de
ahí que diversos estudios han demostrado que ciertas condiciones ambientales,
conductuales y farmacológicas promueven y/o detienen la proliferación celular y
la neurogénesis en dicha estructura. Así, se ha observado en diversos
experimentos que en condiciones de estrés ambiental, (exposición a olores de
depredadores, la exposición ante residentes intrusos, experiencias de
subordinación, o a situaciones de indefensión aprendida) se produce un bloqueo
en la proliferación celular y en la neurogénesis. La teoría de la IA se
relaciona con la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una
situación. La clave está en cómo nos explicamos a nosotros mismos por
qué suceden las cosas, es decir, el optimismo o pesimismo se atribuyen al
aprendizaje y a la experiencia de acontecimientos pasados.
Hasta ahora hemos
estado hablando de la indefensión aprendida desde el punto de vista
experimental y en condiciones de laboratorio, pero ¿qué sucede cuando
generalizamos y lo trasladamos al ámbito social?
Pues bien, en el
contexto social y relacionado con la percepción o la ausencia de control, se
encuentra el “fatalismo”, que fue un término inicialmente acuñado por Martín
Baró (1987), para hacer referencia al tipo de relación que se establece entre
las personas y un entorno que perciben como incontrolable. En cierto sentido,
este concepto de fatalismo entronca con el concepto de indefensión aprendida
(IA), anteriormente descrito.
No obstante, según
el propio Martín Baró, la indefensión que se experimenta a nivel social no
constituye solamente una consecuencia tanto de discursos o prácticas de
socialización que fomentan la inacción política sino que, más bien, tanto la
indefensión como el fatalismo subsecuente a la misma,serían el resultado de
una experiencia reiterada de fracaso en los esfuerzos dirigidos a controlar el
entorno.
Según De la Corte,
Blanco y Sabucedo, en sus trabajos en el área de la Psicología Política, el
fatalismo sería, por tanto, una actitud que tendría un enorme poder a la hora
de favorecer la desmovilización política y, por tanto, para el mantenimiento de
la situación actual o statu quo.
Así, los factores
claves que definen el fatalismo, según ellos, serían: en primer lugar, el
conformismo y la sumisión; en segundo lugar, una tendencia a no realizar
esfuerzos y a mostrarse pasivo y, en tercer lugar, una excesiva
focalización en el presente a la que denominan presentismo. Este
último implicaría, además, una falta de memoria del pasado y una ausencia de
planificación del futuro. El fatalismo sería además, una actitud que vendría
acompañada de una sensación de que todo va a seguir igual.
Por este motivo, una
vez constatado el fatalismo en un sector de la población más o menos amplio, la
labor de los movimientos sociales y, por ende, de los partidos políticos,
mediante sus propuestas y conductas, sería la de romper el círculo vicioso que
refuerza estas creencias en los individuos. Tarea, por otro lado, difícil ya
que la corrupción férreamente instalada en los dos principales partidos de
nuestra arena política, dificultan el cambio de las actitudes fatalistas.
Es decir, deberían
fomentar aquello que Paulo Freire llamaba “concientización” –la toma de
conciencia personal en su dimensión social y política– y que Martín Baró llamó
más tarde “empoderamiento”, el cual consistía en devolver a los ciudadanos la
creencia de que sus acciones podrían modificar la realidad social. Un ejemplo
práctico sería adoptar iniciativas concretas para devolver la voz a la
ciudadanía, a través de procesos consultivos más democráticos (referéndum).
Desde nuestro papel
en el ámbito de la Psicología, compartimos la postura que adopta Martín Baró
cuando se hacía eco de los falsos dilemas a los que nos enfrentamos. A pesar de
que él mismo desarrolló su trabajo en el contexto latinoamericano, algunas de
sus afirmaciones tienen aún vigencia en nuestro medio.
El dilema en
cuestión es el de optar, en sus propias palabras, por una “Psicología
Reaccionaria” –cuya aplicación contribuiría a afianzar un orden social injusto–
frente a una “Psicología Progresista”, la que ayuda a los pueblos a progresar,
a lograr una realización histórica, tanto personal como colectiva. En este
punto, conviene matizar nuestra preferencia por el uso del término “Psicología
Crítica”.
El miedo, la culpa y la inacción
A lo largo del
tiempo la indefensión aprendida se ha denominado de distintas maneras:
desesperanza, indefensión e incluso pereza aprendida, arrojando esta última una
sombra de culpa sobre la víctima. Hoy el término indefensión está en boca de
todo el mundo relacionado con las consecuencias más duras de la crisis
económica: desempleo, desahucios y pobreza. También con los efectos de las
políticas adoptadas por los gobiernos para hacer frente a la crisis
caracterizados por sucesivos recortes de sueldo, de prestaciones y de derechos
que recaen sobre los ciudadanos que nada han tenido que ver con sus causas, y
que no entienden lo que ocurre. Recortes que, al parecer, no podremos evitar
por mucho que hagamos huelgas o nos manifestemos. Y además, se ha comenzado a
castigar a muchos de los que protestan mediante detenciones poco justificadas y
prisiones preventivas de dudosa compatibilidad con derechos humanos
fundamentales. Que los de arriba “nos tratan como a perros” es cierto o, al
menos, como a los perros del experimento de Seligman: como al perro
víctima del experimento de Seligman, se nos somete constantemente a shocks.
Podemos inferir que,
mediante el poder actual de los medios de propaganda, es factible inducir este
estado depresivo en buena parte de la población, para mantenerla en la
pasividad.
La indefensión
aprendida se puede observar en numerosos ambientes y sociedades represivas, con
poblaciones sumamente empobrecidas en contraste con el derroche y despilfarro
económico ejercido por su clase dirigente. El poder lo viene haciendo
históricamente de muy diversas formas, haciéndonos creer que somos los únicos
culpables de nuestros males; por ejemplo en España hoy en día resulta un
ejemplo familiar es el famoso mensaje “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”,
(cuando la realidad era que las posibilidades, para los de abajo, más bien eran
inferiores a los estándares de una vida digna) y en Argentina en tiempos
pasados el mensaje “Todos somos culpables”. No debemos caer en la trampa de
pensar que “la culpa de esta crisis la tenemos nosotros”. Autores como Vicenç
Navarro han señalado que ha sido precisamente la falta de recursos entre las
clases populares la que ha sido causante del endeudamiento, y no al revés.
Cómo diría Susan
George “España se ha convertido en “una rata de laboratorio”. La cuestión es
¿cuánto tiempo toleraremos el castigo y la culpa sin rebelarnos? Como
hemos expuesto, un elemento fundamental en el fenómeno de la indefensión
aprendida es la culpa y, por tanto, el miedo.
En este momento
histórico y frente a las injusticias sociales que nos toca presenciar o vivir,
hay que tomar partido, situándonos al lado de los que las sufren, por un lado
y, por el otro, aumentando la concientización y empoderamiento de los
ciudadanos, para modificar las actitudes presentes de inmovilismo y pasividad
política. En este sentido convendría tener presente a Alain Badiou, quien
afirmaba lo siguiente: “hay que actuar. Porque no es nuestra acción la
que debe de plegarse al campo de lo posible, sino que es la propia acción la
que puede abrir un nuevo espacio de posibilidades”. Un sujeto –dice
Badiou– es un punto de una conversión de lo imposible a lo posible. La
operación fundamental de un sujeto es estar en un punto en donde algo imposible
se convierte en posibilidad. Ahora es cuando tenemos la oportunidad de explorar
nuevas formas de relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y con nuestro
entorno. Cuando podemos buscar modos de vida diferentes”. Como decía Ofelia,
“lo que somos, lo sabemos; no sabemos, sin embargo, lo que podemos ser”.
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