Las decapitaciones filmadas de rehenes occidentales en Iraq
y de un guía turístico francés en Argelia suscitan legítimamente un sentimiento
de horror y una condena unánime y sin paliativos. Estos demenciales asesinatos
no pueden ser sino obra de criminales perversos al servicio de una ideología
pervertida. Estas macabras puestas en escena llegan después de imágenes igual
de insoportables que muestran ejecuciones masivas de hombres desarmados. Sin
embargo, unos medios e intermediarios políticos en Occidente manipulan
fríamente la emoción que provoca este teatro de la crueldad. El calificativo
que se repite sin cesar de “barbarie”, perpetrada por “bárbaros”, responde a la
voluntad de deshumanizar a los autores de estas atrocidades. Fuera de los
límites de la Civilización, ya no les compete el derecho común ni están
sometidos a las leyes ordinarias. Conforme a sus costumbres establecidas y a
sus experimentadas tradiciones, para la propaganda blanca se trata de denunciar
la barbarie irreductible del “otro”, presentado como una totalidad indistinta
para, más allá de los criminales, someter o exterminar mejor a toda una
sociedad. O, como en los casos de Iraq y Siria, destruir los Estados.
Los órganos de propaganda representan estos asesinatos
mediáticos como actos irracionales de una alteridad radical, casi no humana.
Pero, mucho más que eso, desde las escalas de Levante a las de Barbería estas
atrocidades serían inherentes a una esfera étnico-religiosa, el Islam, que a
pesar de los matices lingüísticos, sigue siendo intrínsecamente peligroso, casi
incomprensible y opuesto sistemáticamente a un Occidente cuyos valores humanos,
por esencia y definición, son definitivamente superiores a todos los demás.
En una descarada aunque claramente asumida amalgama, los
policías del pensamiento conminan a desolidarizarse públicamente de estos
crímenes a los musulmanes de aquí y de allá, sospechosos de connivencia
“cultural” con los asesinos. Se les conmina a aprobar la nueva guerra de
Occidente en Oriente Próximo y los bombardeos “vengadores” decididos por la
Civilización.
Estos argumentos de una propaganda esencialista cuyo
objetivo es criminalizar a unas comunidades en su totalidad son odiosos y
totalmente necios. Esta propaganda de estigmatización y de culpabilización es
tanto más inaceptable cuanto que estos periodistas-fiscales estarían
particularmente bien situados, si hicieran bien su trabajo, para mencionar en
su condición de especialistas la sistemática brutalidad y unos excesos de un
inaudito alcance sanguinario de aquellos cuyas armas se vuelven desde hace
décadas contra las poblaciones árabo-musulmanas.
Estos periodistas que repiten sin cesar la palabra
“barbarie”, ¿qué han escrito sobre los cientos de miles de personas civiles
muertas en Iraq a consecuencia del fósforo blanco y de las municiones de uranio
empobrecido utilizados contra poblaciones civiles? ¿Quién de estos dechados de
Civilización ha mencionado la suerte de estas decenas de niños con
malformaciones genéticas en Faluya y en otros lugares a consecuencia del uso de
armas inteligentes?
¿Se oyeron los gritos de indignación de esta prensa en posición
de firmes cuando la muy civilizada Madeleine Albright, ex secretaria de Estado
estadounidense, justificaba la muerte de medio millón de niños iraquíes? ¿Quién
de esta prensa o de estas cadenas de televisión se sublevó ante el hecho de que
en este país de los derechos humanos criminales cuando menos igual de sádicos
que los del Estado Islámico pudieran morir en su lecho gracias a las amnistías
y a la amnesia del Estado?
Pero no es en absoluto necesario remontarse a las guerras
coloniales en nombre de la “Ilustración” de la generación anterior para
reconocer la misma brutalidad contemporánea, igual de indecente, que se
envuelve en los valores de la Democracia y los Derechos Humanos. Así, Barack
Obama, premio Nobel de la paz, puede emprender siete guerras desde que recibió
esta distinción que ha perdido definitivamente cualquier significación moral.
¿Quién de estos medios menciona las decena de miles de víctimas inocentes en
todo el mundo de los ataques de los drones? ¿No es “barbarie” la muerte de quinientos
niños y niñas de Gaza bajo los misiles guiados y las bombas “inteligentes”? Del
mismo modo, los bombardeos de escuelas administradas por la ONU serían como
mucho daños colaterales de ataques quirúrgicos. Es cierto que sin imágenes y
sepultados bajo la mistificación y el silencio cómplice de los periodistas a
caballo entre la información y el entretenimiento no existen las decenas de
miles de muertos de las guerras asimétricas. Simples estadísticas, los
cadáveres destrozados de las personas pobres e indefensas no suscitan emoción
alguna.
Por consiguiente, no hay ninguna necesidad de hacer
investigaciones minuciosas para descubrir que la realidad de la “barbarie” es
muy diferente de lo que quiere hacer creer esta prensa en uniforme de combate.
Tampoco se intentará establecer aquí la genealogía política del Islam fanático
fabricado por las monarquías del Golfo y armado por Occidente. ¿Quién se
acuerda de los misiles franceses Milan, de las armas inglesas y estadounidenses
generosamente suministradas a los “muyaidines” afganos, ayer luchadores por la
libertad y hoy talibanes extremistas?
Las puestas en escena de asesinatos abyectos en unas
circunstancias horribles por psicópatas apolíticos no pueden, en ningún caso,
servir de pretexto para manipulaciones cargadas de ocio. El discurso de la
barbarie proferido por los intermediarios de la propaganda, destinado a
designar a falsos enemigos internos, tiene por objetivo hacer callar a aquellos
musulmanes en Europa que denuncian las aventuras guerreras en Oriente Próximo.
Tiene por objetivo hacer olvidar los crímenes cometidos por los aliados de
Occidente y también, jugando con el miedo, arrojar a unas minorías visibles “de
aspecto musulmán” a una opinión pública machacada mediáticamente a la que desde
hace años se trata de condicionar. Estas gesticulaciones en torno a una
denominada barbarie musulmana no logran ocultar la sangrante verdad de un
Occidente colonialista ayer e imperialista hoy, que asume sin discontinuidad
desde el siglo XIX sus guerras eminentemente civilizadas y muy sanguinarias en
el mundo musulmán. Los criminales del Estado Islámico han asistido a una buena
escuela.
En el experimentado dispositivo de preparación psicológica
la barbarie del otro es la justificación última de la guerra. Ahora bien, las
“guerras” eternas contra el terrorismo que se emprendieron hace décadas, lejos
de haber contenido el fenómeno, lo han generalizado y hecho más complejo. Por
consiguiente, a la luz de la experiencia apenas cabe la duda de que el rechazo
de los enfoques políticos y la fascinación por la guerra manifestados por los
dirigentes occidentales no producirá sino un aumento de la subversión, además
de una peligrosa regresión del derecho internacional.
Los primeros y los peores bárbaros están entre nosotros.
Fundación Frantz Fanon, 27 de septiembre de 2014
Traducido del francés para Rebelión por
Beatriz Morales Bastos.
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