Actualmente la tasa de inflación es cercana a cero (-0.1 %) según el indicador adelantado del IPC.
Tengo que reconocer que respecto a mis propios cálculos, sí he observado una caída de precios en los dos últimos meses. En la tasa interanual, si considero los precios de octubre de 2012 a octubre de 2013, de deflación, naranjas de la China. Me da una subida del 3 % todavía y considerando la moderación de las subidas y caídas de algunos de los precios que habitualmente consumo. Pero es que mi cálculo de julio me daba una subida de un 6 %. El año pasado lo cerré con una subida del 6 % y el anterior con una subida del 9 %. Hablo de mí inflación familiar, que es la que afecta a mis hábitos de consumo, que son los normales de una familia de clase media. Claro, si el gobierno toma como media los gastos de una familia completamente quebrada, a lo mejor los precios no le han subido en la misma forma. Mucho me temo que en realidad toman como modelo, más bien, los hábitos de consumo de los ricos. Para las familias de clase baja han subido mucho más los precios que para los ricos, puesto que muchos productos de lujo, aún a pesar de no sufrir la crisis como el resto, han moderado sus precios. Se lo pueden permitir dado que muchos productos del sector del lujo deben sus precios a su fuerte demanda en relación al tamaño de su oferta, y no a sus costes de producción, gozando de márgenes de beneficio que permiten ese ajuste. Eso sí, no es el caso de todos los sectores del lujo -la joyería tradicional o artesanal, por ejemplo-, pero sí el del producto del lujo industrializado o cuya materia prima no es escasa.
En definitiva, otro dato cocinado del IPC que nadie se traga. Aún así, no es malo que caigamos en deflación porque eso sí que hace a la economía española más competitiva. Si los precios bajan más que los de otros países, el producto “made in Spain” es más atractivo y tiene tanta calidad como el de cualquier otro lugar o, en muchos casos, mejor de aquí a lima -comparen un hotel de tres estrellas español con uno francés, alemán, suizo o británico, sin ir más lejos-. Evidentemente, empeora la situación de endeudamiento del Estado y las grandes empresas, que de entrar de verdad en deflación, deberán de encontrar fórmulas alternativas al sobre endeudamiento. Así que, si de verdad entramos en deflación, bienvenido sea. Claro, el Estado tendrá que recortar de verdad y dejar de endeudarse hasta las orejas de Montoro. El tamaño de sus orejas da un indicio del tamaño del endeudamiento, ¿no? Ahora, puras ilusiones y antes o después conseguirán que esta tendencia se dé la vuelta. No lo duden. Los políticos están enamorados de dos cosas: el dinero de los demás y la inflación.
Pero claro, en macroeconomía hay que reconocer que la deflación es potencialmente un problema muy grave, porque la caída de los precios empeoraría la actual desaceleración de la economía de tres formas distintas.
El impacto adverso más directo de la deflación es el aumento del valor real de la deuda. De la misma forma en que la inflación favorece a los deudores porque erosiona el valor real de sus deudas, la deflación los perjudica porque aumenta el valor real de lo que deben.
El segundo efecto adverso de la deflación es un aumento de la tasa de interés real, es decir, la diferencia entre la tasa de interés nominal y la tasa de “inflación”. Cuando los precios aumentan, la tasa de interés real es menor que la tasa nominal ya que el deudor paga con euros que valen menos. Pero cuando los precios caen, la tasa de interés real supera a la nominal.
Y las tasas de interés real elevadas desalientan las compras que los hogares y las empresas financian con crédito. Esto debilita la demanda global y conduce a caídas más pronunciadas de los precios. Luego el problema de una deflación es que resulta muy difícil salir de ella, es mas bien psicológico (que se lo pregunten a los japoneses que se han tirado 20 años).
Por último también habrá que tener en cuenta el fortalecimiento del euro frente al dólar, que dañaría nuestras tan maravillosas exportaciones.
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