A días de conmemorarse los cuarenta años del golpe
militar que acabó con el gobierno de Salvador Allende, el autor del reciente
libro La CIA en Chile. 1970-1973 entrega detalles inéditos de
la infiltración estadounidense que apoyó el alzamiento encabezado por Augusto
Pinochet, cuyo régimen se prolongó por diecisiete años.
Chile se apresta a conmemorar este 11 de septiembre las
cuatro décadas del golpe militar más devastador que ha conocido su historia,
encabezado por el fallecido dictador Augusto Pinochet y que culminó con el
bombardeo al palacio de La Moneda y el suicidio del presidente Salvador
Allende.
Tanto el gobierno actual encabezado por Sebastián Piñera, como
la oposición liderada por la candidata de la centroizquierda a la primera
magistratura, Michelle Bachelet, realizarán actos para recordar una fecha
respecto a la cual aún existe controversia en torno a las razones que llevaron
a tan violento quiebre institucional.
El periodista chileno Carlos Basso lleva más de una década
analizando los documentos desclasificados de la administración estadounidense
vinculados con Chile. En base a este material, acaba de publicar el libro La
CIA en Chile. 1970-1973, para cuya redacción seleccionó el material más
relevante de los informes liberados por la inteligencia estadounidense respecto
a este período.
A continuación, ofrecemos la entrevista exclusiva que el
periodista ofreció a La Voz de Rusia.
—¿En qué momento comienza, formalmente, la infiltración de
la CIA en Chile?
—Apenas se crea la CIA en 1947, se instala una oficina en
Santiago, pues en el contexto de la Guerra Fría que estaba comenzando a
estallar, Chile ya estaba en el radar de EEUU como un lugar interesante para
los rusos... Adicionalmente, había un tema económico: las tres mayores
compañías que había en Chile en aquellos años eran de capitales
norteamericanos.
La oficina estaba ubicada en el mismo edificio que la
embajada estadounidense, justo al frente del palacio de La Moneda, sede del
gobierno y en donde también operaba la misión militar norteamericana que
incluía a varios oficiales de la Agencia de Inteligencia del Pentágono (DIA).
Más tarde, en 1970, mientras se planificaba un golpe de
Estado para evitar que Allende asumiera la presidencia, se enviaron a cuatro
oficiales del tipo false flag (es decir, con identidades falsas) a operar en
conjunto con los grupos de ultraderecha, los que terminaron asesinando al
general René Schneider, quien era el Comandante en Jefe del Ejército chileno en
esa fecha. Los cuatro oficiales fueron removidos de Chile apenas producido el
atentado.
Ese mismo año, la CIA comienza a infiltrarse en los grupos
de ultraizquierda, actividad que llega a su punto máximo en la época de Pinochet
cuando se introducen por completo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR) y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Ello, con miras a la
propia inteligencia y no para compartirla con el gobierno de Pinochet, lo que
no deja de resultar curioso.
—¿Cuál era la opinión de la inteligencia estadounidense
respecto al gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Allende, y la
izquierda chilena?
—En general, la opinión era calamitosa, como era de esperar.
Especialmente así lo pensaban el Director de la CIA en 1970, Richard Helms, y
altos funcionarios del organismo como William Broe y David Atlee Phillips,
quizá las dos personas que más responsabilidad tuvieron en todas las
operaciones de la CIA en Chile entre 1970 y 1973.
No obstante, es muy interesante (y dramática) la posición
que asumió el jefe de la oficina de la CIA en Santiago, Henry Hecksher, un
exoficial de la Oficina de Servicios Estratégico (OSS) que se fogueó en Berlín,
Guatemala y Laos. Hecksher se opuso al golpe de Estado que se pretendía dar en
octubre de 1970 para evitar que Allende, ganador de las elecciones de
septiembre de ese año, fuera ratificado por el Congreso.
Ciertamente, era un hombre de derecha, un agente histórico
de la CIA que hizo lo que “tenía que hacer”. Pese a ello, envió varios cables a
Washington indicando que no existían razones objetivas para el golpe.
Igualmente, advirtió que el intento de secuestro que planeaban sus jefes en
contra del entonces comandante en jefe del Ejército chileno, general René
Schneider, culminaría en un baño de sangre… tal como sucedió.
Luego de que Allende asumió el poder, Hecksher fue despedido
de la CIA, acusado de "socialista". Es más: hasta 1973 se decía en
los pasillos de la agencia que él era el culpable de que Allende estuviera
gobernando.
—¿Qué perfil manejaban los agentes de la CIA en torno a la
figura de Allende? ¿Le veían como un elemento peligroso y potencialmente desestabilizador
en América Latina?
—No hay tal perfil por parte de la CIA. Eso sí, existen
varios documentos desclasificados respecto a Pinochet, incluyendo uno del
Departamento de Estado (1989) que dice que padecía de depresión y daba a
entender que sufría de esquizofrenia. De todas formas, respecto a Allende, en
distintos documentos se arma una imagen bastante ecuánime, por curioso que
parezca… Decían que era un hombre muy preparado, un político muy culto y
respetado, y con mucho carisma. Asimismo, destacaban las críticas que le había
hecho Fidel Castro por sus gustos "burgueses", especialmente por la
ropa fina.
Creo que para la CIA el tema esencial no era Allende, sino
la coalición de la Unidad Popular, ya que tenían conciencia de que, más allá
del presidente había un poder político muy fuerte a sus espaldas: eso es lo que
les preocupaba.
—Existe una famosa alocución del presidente estadounidense
Richard Nixon respecto a cómo desestabilizaría el gobierno de la Unidad Popular
mediante un plan que incluía “hacer gritar a la economía”. ¿Qué instrucciones
puntuales recibieron los funcionarios estadounidenses y agentes de la CIA para
llevar a cabo tal sabotaje?
—Las instrucciones son muchas y dependen del período. En
1970, cuando se quiso impedir la asunción de Allende, la CIA recibió,
efectivamente, el mandato de evitarlo al costo que fuera necesario. Para eso,
fueron diseñados dos planes de acción: el “Track I” y el “Track II”. El primero
buscaba cooptar y sobornar al Parlamento para que no ratificara a Allende como
presidente; el segundo era, derechamente, el empleo de la vía militar.
Después, en función de los documentos que conocemos -porque
aún no se han desclasificado todos-, sabemos que el foco principal fue
subvencionar a los principales partidos políticos de oposición, especialmente a
la Democracia Cristiana y, en menor medida, al Partido Nacional.
No conocemos con detalle qué hizo la CIA al momento del
golpe, pero sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, que conocía hasta el
más mínimo detalle de su planeamiento.
—¿Cómo eran las relaciones entre los agentes de la CIA y la
inteligencia chilena? ¿Había un intercambio fluido de información o existían
resquemores entre ambas partes?
—Había un intercambio muy fluido, especialmente entre los
miembros de la DIA y sus pares de las Fuerzas Armadas chilenas. Tengo la
impresión de que, mucho más que la CIA, entre 1970 y 1973 quienes manejaban
información más fina, precisa y exacta, eran los oficiales de la DIA,
especialmente por sus vínculos con la oficialidad chilena.
—Uno de los casos más singulares de la vinculación de EEUU
con el golpe militar fue el asesinato del periodista Charles Horman, eliminado
a días del alzamiento por “saber demasiado”, luego de sus contactos –casi
casuales- con agentes de la inteligencia naval y la CIA que estaban actuando en
Chile. Tanto su país como Pinochet ocultaron toda evidencia del caso. ¿Existe
algún reconocimiento oficial de Washington de su participación en el crimen?
—No hay un reconocimiento explícito, pero sí -a lo menos- cinco
documentos desclasificados que permitieron a la justicia chilena solicitar a
ese país la extradición del oficial de inteligencia militar Ray Davis,
implicado en la muerte de Horman. Estos documentos relataban la existencia de
la llamada operación MCCHAOS, emprendida en conjunto entre la CIA y el FBI y
que buscaba información sobre norteamericanos que, en distintas partes del
mundo, eran tachados de radicales de izquierda, tal como sucedió con otro
estadounidense apresado con Horman: Frank Teruggi.
—Si la CIA pudo infiltrarse en la izquierda chilena ¿por qué
no supo “leer” las intenciones del régimen de Pinochet que acabaron en el
atentado que acabó con la vida del excanciller chileno Orlando Letelier (1976)
en Washington y que está considerado como el primer acto de terrorismo
internacional en suelo estadounidense?
—La infiltración fue vasta hacia la ultraizquierda, no así
hacia la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Por cierto, la CIA estaba
enterada al detalle de lo que ésta hacía en Chile, así como de sus planes en el
exterior, pero aparentemente no supo interpretar las maniobras detectadas en
Paraguay por el entonces embajador de EEUU, George Landau, en orden a infiltrar
personal de la DINA en ese país.
—¿De qué manera Michael Townley, ciudadano estadounidense
que ejerció como agente de la DINA y fue uno de los autores materiales del
crimen contra Letelier se vinculaba con los agentes de la CIA en Chile? ¿Es
efectivo que trabajó para la agencia estadounidense?
—Michael Townley nunca fue agente de la CIA. Esa es una
mentira que inventó el jefe de la DINA, Manuel Contreras -quien sí recibió
pagos de la CIA, algo que él niega pese a la documentación que lo ratifica-
para tratar de evadir su responsabilidad en el crimen de Letelier. Lo que sí es
efectivo es que Townley se ofreció varias veces a la CIA, pero nunca lo tomaron
en cuenta… La verdad es que, de hecho, no habría pasado ni siquiera un simple
examen psicológico. Era un sujeto excesivo, poco discreto, de gran estatura
(por lo que no pasaba desapercibido) y con un afán desmedido por ser algo o
alguien.
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