En este artículo, Rajoy
comenta un libro que ha caído en sus manos, La desigualdad humana,
de Luis Moure Mariño, en el que se refuta la afirmación de que todos los
hombres son iguales. Rajoy considera la igualdad humana como un tópico
aceptado porque se vincula al modelo socialista, de moda en esos años: en tanto
que todos somos iguales, todo se somete a la igualdad. Añade que la estirpe
determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico, y que eso se
intuye como cierto desde al menos el siglo VI antes de Cristo. Que los hijos de
la buena estirpe superan a los demás, y que esa desigualdad se transmite
geneticamente, como una especie de predestinación basada en los genes, con lo
cual la desigualdad se atribuye a causas internas que no pueden ni deben
corregirse. La igualdad genética no se puede decretar, afirma, aunque sí se
decreta la igualdad económica, de una manera contraria a la esencia del hombre.
A estas alturas del siglo XXI,
pero también en 1983, achacar al modelo socialdemócrata veleidades comunistas
es una exageración, es propaganda pura. Ningún gobierno del PSOE ha tenido
tendencias comunistas, de hecho ha costado verle llevar a cabo tímidas
políticas socialdemócratas. Nadie, excepto algunos fanáticos del
aristocratismo, interpreta que la igualdad a que se refieren los intelectuales
progresistas acudiendo a conceptos ilustrados signifique igualar a todas las
personas, sino igualar las oportunidades sociales e igualar el tratamiento que
los ciudadanos reciben ante la ley; el concepto mismo de ciudadanía implica eso
mismo, que todos los ciudadanos son iguales en derechos básicos a pesar de las
desigualdades heredadas (algunas genéticas, otras económicas). Nadie dice que
todos tenemos el mismo derecho a ser multimillonarios, pero sí a tener
garantizados unos mínimos para evitar que la mala fortuna de haber nacido en un
barrio marginado, en una familia sin recursos, con una minusvalía, no sea
obstáculo para que podamos llegar a ser ciudadanos con todos los derechos,
entre ellos a una educación que permita subir al ascensor y transformar nuestro
destino, aparentemente determinado por nuestro origen familiar.
Los desvaríos genetistas de
Rajoy son agua pasada, posiblemente hoy no habría escrito estas mismas
palabras, y dudo que sea capaz de sostener estas ideas ni siquiera en privado,
y espero que ni siquiera se las crea delante del espejo al despertar del sueño
del poder. En realidad, el modelo neoliberal se refiere a que la buena estirpe,
la plutocracia, no se transmite geneticamente sino por pura herencia económica:
propiedades y bienes que aseguran mayores oportunidades a los que nacen con ese
soporte familiar. Negar la posibilidad de corregir las desigualdades reclamando
para el Estado unos impuestos sobre la riqueza para que sea repartida entre los
que necesitan una ayuda equivale a negar la posibilidad de que otros, que han
recibido una herencia familiar minúscula o nula, puedan prosperar y superar ese
supuesto destino que los otros, bien nacidos, les atribuyen "predeterminadamente". Se trata simplemente de asegurar una sanidad y una
educación públicas de calidad, amén de otras coberturas sociales, pero sobre
todo esto primero, sanidad y educación de calidad; que la calidad esté en lo
público, que por la vía privada ya está asegurada. En cambio, me llega el rumor
de que en la Comunidad de Madrid desgrava llevar a los hijos al colegio
privado, en lugar de los gastos en medicinas; o que las rentas del trabajo
gravan más que las del capital, en el sistema fiscal español. Esta sería la
política neoliberal, que Rajoy se abstendrá de manifestar: no vale la pena
invertir en equilibrar la desigualdad económica, porque esos ya están condenados
(¿por la genética?).
Esta doctrina neoliberal
también tiene sus añitos. En otros ámbitos, y con formulaciones más crudas, se
le llamó darwinismo social, y fue campo de batalla de los
intelectuales marxistas de finales del siglo XIX. Lo cierto es que el
neoliberalismo se ha alimentado de estas ideas (de hecho, se ha dado un
hartazgo), y ahora fluyen en estos momentos de crisis en que, se hace patente,
hay una auténtica lucha por la supervivencia. Es curioso: a los bancos hoy no
les importa que el Estado, o sea, nosotros, los ciudadanos que pagamos
impuestos, nos dejemos rascar la cartera para que ellos no se vayan al garete.
Ahora si que estamos todos en el mismo barco, ¿eh? Pero las buenas estirpes de
la sociedad siguen reclamando que los inferiores vayan en una chalupa, a
remolque, que no les dejen subir en el barco, con mayor acomodo; en realidad,
si nos apretamos un poco, cabremos todos, aunque los que antes iban más anchos
ahora tendrían que igualarse un poco a los demás.
Artículo de Mariano Rajoy sobre la igualdad humana, publicado en 1983
(Faro de Vigo), cuando era parlamentario autonómico por Alianza Popular :
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IGUALDAD HUMANA Y MODELOS DE SOCIEDAD
Uno de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo
socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica
la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera
normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de
horarios rígidos, impuestos –cada vez mayores y más progresivos- igualdad de
retribuciones…En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad,
capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la igualdad.
La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo permite hacer; es el fin al
que se subordinan todos los medios.
Recientemente, Luis Moure Mariño ha publicado un excelente libro sobre
la igualdad humana que paradójicamente lleva por título "La desigualdad
humana". Y tal vez por ser un libro "desigual" y no sumarse al
coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman "medios
intelectuales" el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros
más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye
una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres
son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que
son consecuencia de ellas.
Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes
de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina
al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el
hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de "buena
estirpe", superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la
ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya
en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el
momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación. Cuando en la
fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada uno
de ellos aporta al huevo fecundado –punto de arranque de un nuevo ser humano-
sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen las
biparticiones celulares, se dividen en forma matemática de suerte que las
células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por
cada par de cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno solo pasará a la
célula generatriz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o menor parecido
del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace
predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural del hombre viene
escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las
desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones,
desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia…hasta las
llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el
estudio o los negocios. Y buena prueba de esa desigualdad originaria es que
salvo el supuesto excepcional de los gemelos univitelinos, nunca ha habido dos
personas iguales, ni siquiera dos seres que tuviesen la misma figura o la misma
voz.
Esta búsqueda de la desigualdad, tiene múltiples manifestaciones: en la
afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de
ganar –es ciertamente revelador en este sentido la referencia que Moure Mariño
al afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas, récord…-, en
la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores,
condecoraciones, títulos nobiliarios desprovistos de cualquier contrapartida
económica…Todo ello constituye demostración matemática de que el hombre no se
conforma con su realidad, de que aspira a más, de que busca un mayor bienestar
y además un mejor bien ser, de que, en definitiva, lucha por desigualarse.
Por eso, todos los modelos, desde el comunismo radical hasta el socialismo
atenuado, que predican la igualdad de riquezas –porque como con tanta razón
apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no se pueden
"Decretar" y establecen para ello normas como las más arriba citadas,
cuya filosofía última, aunque se les quiera dar otro revestimento, es la de la
imposición de la igualdad, son radicalmente contrarios a la esencia misma del
hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello,
aunque se llamen asimismos "modelos progresistas" constituyen un
claro atentado al progreso, porque contrarían y suprimen el natural instinto
del hombre a desigualarse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el
nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a
cotas mínimas al privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más
emprendedores…de esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la
miseria, que es la única que hasta la fecha de hoy han logrado imponer.
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