Por tanto, las teorías evolutivas de Darwin y Spencer marcan un
giro importante en el debate científico a partir de la segunda mitad
del siglo XIX, que coincide también con un cambio en las motivaciones
sociales. Aparece una ideología paralela, específica del empresariado
industrial: la doctrina del laissez-faire, que, en un contexto
capitalista, justifica la competencia, el trabajo asalariado, los
beneficios y la acumulación de capital. Spencer y Darwin habrían sido
capaces de conectar la guerra y la competencia en el mercado encontrando
un componente común: la lucha por la vida operando en todas las esferas
de la vida, en una única ley de la evolución, "para completar así la
biologización de la historia sin abandonar el sueño de la Ilustración
del progreso universal". La teoría de la selección natural y la lucha
por la existencia, se hallaba en consonancia con el principio de libre
mercado y la competencia abierta del liberalismo económico imperante.
Este concepto liberal ha ido evolucionando hasta nuestros días dando
como resultado lo que se conoce como globalización.
La “sociedad capitalista” es el terreno, como lo describió Darwin,
donde cada uno compite con los demás bajo condiciones muy duras y
brutales, donde solamente sobreviven los más fuertes, donde los débiles y
desprotegidos son eliminados y aplastados y donde domina la competencia
despiadada. Y ha sido desde entonces hasta nuestros días que la elite
que ostenta el poder han trazado una línea ideológica basada en la “ley
del más fuerte”, creando líneas de actuación “sutiles” para tener a las
clases más débiles bien atadas y manejadas. Suena fuerte, pero es así.
Desde entonces han ido tejiendo un entramado que abarcan todas las
disciplinas de esta nuestra sociedad: educación, salud, política,
filosofía, medios audiovisuales, etc. Han logrado crear una sociedad
donde nos creemos libres y la realidad deja mucho que desear.
Hasta aquí todo parece una historia de ciencia-ficción, pero
empecemos a dar nombres y relaciones para que el tema adquiera
credibilidad:
Como he dicho, estas pretensiones no se quedaron en teoría. La
intelectualidad europea tenía un plan de praxis que nunca ocultó y con
el que fantaseaban en sus obras sin ningún tipo de complejo: buscaban
construir una “nueva sociedad” (sic, así dijo por ejemplo Proudhon), un
“nuevo hombre” (sic, así dijo por ejemplo Nietzsche), una “nueva
ciencia” (sic, así dijo por ejemplo, Galton). No sólo se contentaron con
negar a Dios, repudiar a Dios, “matar a Dios”… osaron también intentar
sustituirlo.
Comenzaron a jugar a ser Dios, creando hombres ideales, ciudades
ideales, sociedades ideales. Esta blasfemia se apoyó en una comunidad
científica financiada por la misma minoría industrial-bancaria que ahora
mismo se jactan de ser los dueños del mundo. La élite científica de
finales del siglo XIX se arremolinó alrededor de un único centro
institucional: Londres. Karl Marx era alemán, pero redactó y publicó el
Manifiesto Comunista en Londres (de hecho, él mismo está enterrado en
Highgate).
Sigmund Freud era austriaco, pero se fue a “teorizar” a Londres (él
mismo, vivía en Maresfield Gardens). Elliot Jaques era canadiense, pero
se mudó a Londres para trabajar en Tavistock Institute.
¿Por qué Londres? Pues porque toda hueste de este monstruo tiene allí su
nido así como en ciertas universidades renombradas estadounidenses.
Una de las pocas familias involucradas en este experimento de élite
científico-racial fueron los Huxley; y esto nos lleva directamente al
fiel H.G. Wells, socialista fabiano perro bulldog de Charles Darwin (no
le estoy insultando: así fue llamado en su tiempo).
Este círculo científico vivía y trabajaba (y trabaja) con un objetivo
que sus escritos nunca ocultaron: construir una sociedad ideal
jerarquizada a través de una ciencia secular representada por una escasa
minoría científica que en última instancia rinde pleitesía a la elite.
H. G. Wells, que fue alumno de T.H. Huxley (el “perrito” darwinista) en
la Royal College of Science. Muchos piensan en la actualidad que Wells
fue sólo un novelista de ciencia-ficción, pero si leemos sus libros de
no-ficción, encontraremos un buen montón de folletos de propaganda New
World Order (literalmente; así se refería al proyecto fabiano: New World
Order). Julian Huxley (nieto del bulldog), que dijo: “Si introducimos
una sociedad que devalúe la vida humana y sacamos a la humanidad de su
altar como ser privilegiado del planeta, entonces podremos llevarlo a
nuestra sociedad controlada como población útil.” Pero el programa de
ingeniería social de la tiranía científica no lo escribió un británico,
sino un judío austriaco, Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, que
pasaba sus últimos días activos en el Tavistock de Londres.
El primer ensayo fueron los años veinte (The Happy Twenties). En
periodo de entreguerras, instituciones norteamericanas en estrechísima
hermandad con las británicas, implementaron la primera revolución
sexual: Charleston dance, cigarrillos para mujeres, cabarets… el cine
sonoro aparece en 1927 de manos de la productora Warner (“The Jazz
Singer”), se introduce en la sociedad la cocaína (los Freud y compañía
ya la habían estado probando empíricamente años atrás), y las mujeres se
cortan el pelo como los hombres. Consecuencias: se quintuplica en
Estados Unidos el número de orfanatos controlados por el gobierno, se
triplica el número de divorcios, y se multiplica en una proporción no
determinada el número de contagios de enfermedades venéreas.
Asombrados por la vía de manipulación de masas abierta, Lavrenti
Beria dijo en la reunión de la Internacional Socialista en 1934:
“Llevaba un siglo alterar la estructura cultural de una nación. Con los
medios que tenemos ahora se puede cambiar en cinco años.” Esto lo dijo
Beria en 1934… ¡y ni los soviéticos, ni los anglo-americanos tenían aún
televisión, ni videoclip, ni muchos menos Facebook! Los felices años
veinte fue sólo un frugal aperitivo.
la II Guerra Mundial deja millones de huérfanos, infancias rotas y
familias mutiladas. La consecuencia política directa de la II Guerra
Mundial fue la actualización de la Sociedad de las Naciones (definida
por el portavoz faldero del socialismo fabiano H.G. Wells como “el
núcleo del gobierno mundial”): nace la ONU con sede en el solar
neoyorkino propiedad de la familia Rockefeller.
¿Y a quién tenemos como primer director de la plataforma científica,
cultural y educacional de la ONU (UNESCO)? A Julian Huxley, el nieto de
Thomas Henry Huxley, el endogámico bulldog de Darwin. La misma familia;
el mismo programa. El hermanito de Julian, Aldous Huxley fue quien
publicó años atrás “Brave New World”, novela mala en donde se fantasea
alrededor de “los nuevos paradigmas familiares abiertos por la
tecnología” (sic.) ¿Qué paradigma es ese? Familias sin familia: niños
educados científicamente a través de herramientas tecnológicas en manos
de la élite europea.
En este contexto entra en escena una pieza de ajedrez importante:
Bertrand Russell. Lord, Sir, Conde de Russell, nieto del Duque de
Bedford… ¿Tenéis claro para quién trabajó este señor? Russell, tras
estudiar en Cambridge y Los Angeles, se puso a trabajar en el Trinity
College británico, llevando a cabo estudios que sólo la maldad de la
maldita Corona británica pueden permitir y financiar. “The Impact of
Science on Society” (1951) ya nos habla de una sociedad diseñada y
fabricada por una tiranía tecnocrática: “made society”, “design
society”, “create culture”… son expresiones cotidianas en la fraseología
russelliana. El señor Russell dijo :
“Al construir una sociedad narcisista en donde todos están
preocupados por sí mismos, la población no se levantará por nada ni
nadie; y así el gobierno dominará a cada individuo directamente.”
A partir de la segunda mitad del siglo XX, comienza una escalada de
ataques a la estructura social y familiar de todo el mundo, con
periódicas revoluciones culturales y tecnológicas que arrasarán los
resquicios de sustratos culturales genuinos. Apriétense los cinturones.
Conocemos los detalles del plan de destrucción familiar no tanto por
Bertrand Russell (que supo esconderse tras su figura pública), sino por
Jacques Ellul. Russell ganó el Premio Nobel; a Ellul no le dieron ningún
premio así. Russell tenía más medallas que Michael Phelps (Sylvester,
De Morgan…); Ellul no fue condecorado por el Establishment científico.
No voy a poner a Jacques Ellul en un pedestal que no merece, pero lo
cierto es que la crítica voz de Ellul es el más explícito testimonio de
lo que en realidad estaba llevando a cabo el socialismo tecnocrático
europeo. La obra de Ellul señala lo que él llamó “la societé
technicienne”. La propaganda tecnocrática no busca adoctrinar al esclavo
con argumentos lógicos, sino que va directamente al aspecto emocional
del ser humano donde éste se encuentra intelectualmente indefenso. Es
por ello por lo que el sentimentalismo es el dominio preferido de los
medios de propaganda.
Y es por ello por lo que la sexualidad es diseccionada y actualizada
como engendro a través de una devastación del hombre y de la mujer
(ellos lo llamarán “revolución sexual”).
Devastación de la mujer; actualización del arquetipo femenino:
Galton, Wells, Huxley, Russell (todos ellos hombres)… todos hicieron
explícito identificar a la familia tradicional como el enemigo a batir
en su “sociedad ideal”. Si meditamos en ello es lógico que no haya nada
más temible para los globalistas que la capacidad de amor, protección y
ternura inhatas en toda mujer. Si la fuerza política quiere adoctrinar a
las nuevas generaciones, saben que tienen que: a) aniquilar a las
madres; o b) convertir a las madres en estériles repetidores de
propaganda. ¿Qué hicieron? Hicieron ambas cosas.
Siguiendo el principio de Darwin ya citado, tanto los soviéticos como
los banqueros-industriales anglo-americanos (en última instancia, son
los mismos) financiaron periódicas revoluciones culturales, que dieron
una ilusión de liberación a una mujer que, a partir de ese momento, se
vio obligada a competir laboralmente. El éxito inmediato de esta
maniobra fue la duplicación de la recaudación fiscal: ahora, el
Establishment se garantizaba un doble resultado con el saqueo a través
de los impuestos tanto del padre como de la madre (los dos trabajan, los
dos cotizan, los dos son sangrados). Por supuesto, la maniobra no se
quedaba ahí: la educación de los hijos de las llamadas madres
trabajadoras fue adjudicada a una recién estrenada televisión que en los
años cincuenta y sesenta hace su estelar aparición. Los índices de
divorcio se dispararon exponencialmente a lo largo de toda la segunda
mitad del siglo XX; también el de los abortos y el de los orfanatos
gubernamentales. Todo el movimiento feminista fue financiado y soportado
por las mismas instituciones públicas y privadas que aquí se han
citado. La implementación de todo esto fue (y es) global, y aunque
Europa y Estados Unidos fue su laboratorio de pruebas original, en el
siglo XXI ya se puede evaluar su alcance: millones de mujeres
incapacitadas y lisiadas científicamente para ejercer como tales, como
esposas, como madres, como compañeras de vida. El Novus Ordo Seclorum
busca la erradicación de las diferencias sexuales en su dimensión sacra y
eminente. Por ello, la mujer moderna es sólo mujer en el aspecto
exterior que aún tiene utilidad publicitaria y económica. Si las mujeres
cada vez son menos mujeres… ¿Qué está ocurriendo con los hombres?
Devastación del varón; actualización del arquetipo masculino: ¿Qué
está ocurriendo con los hombres? Lo mismo que con las mujeres. Han
conseguido neutralizar los activos viriles que necesita toda comunidad
para defenderse: el vigor, la valentía y la lealtad. Para ello, la
ingeniería social globalista se ha servido de instrumentos de
programación de las masas, como el deporte. Los instintos tribales de
agrupación y defensa son controlados a través de espectáculos
deportivos. Han conseguido que la furia de un varón ante la injusticia,
la barbarie y el ultraje, se controle y se canalice a través de la
simpatía sentimental hacia un equipo deportivo. Han conseguido disfrazar
el sentimiento de pertenencia a una comunidad con los colorines de las
camisetas, las mascotas y los aros olímpicos. Han conseguido captar la
atención del varón con una simulada pantomima de valores heroicos, sin
ningún heroísmo ni ningún valor. Eso es el deporte.
Otro instrumento para desvirilizar al hombre moderno e incapacitarlo
de cara a la formación de una familia ha sido el erotismo. La psicología
conductivista aplicada a las masas sabe que un varón bombardeado con
estímulos eróticos constantes, acaba acostumbrándose al contenido
erótico de tal forma que su libido queda desvigorizada y reducida a lo
estrictamente biológico-genital. Algunos lectores jóvenes se
sorprenderán, pero así es: cuanto más derroche de energía sexual, menos
virilidad. Más claro: cuanta más pornografía, menos fuerza viril.
Existen otras herramientas importantes en la desvirilización del
hombre moderno, como la industria farmacéutica, la industria alimenticia
o la industria del entretenimiento. Incluso en términos cuantitativos y
físicos, la OMS reconoce que la calidad del esperma de la población
estadounidense se ha reducido en los últimos treinta años en niveles
inexplicables. Algo parecido pasa con los europeos y con todos los
varones de un mundo ya globalizado. Y si todos reconocen que este mundo
ya está globalizado… yo pregunto: díganme, señores, ¿quién lo ha
globalizado?
Esto es clave: la familia no ha muerto en menos de un siglo por un
proceso natural; se ha cometido un asesinato con alevosía. Existen
presupuestos anuales de millones de dólares dirigidos a instituciones,
fundaciones y think-tanks que buscan optimizar el control tecnocrático
sobre una población valorada como un rebaño de ovejas. Departamentos
militares, servicios de inteligencia, ministerios públicos,
instituciones filantrópicas… todos persiguen un mismo objetivo
(¡llámenlo “socialismo” si quieren, y verán en qué polémica se meten!).
La mayoría de los profesionales involucrados en estos organismos no
saben (ni quieren saber) para qué agenda están trabajando, y se limitan a
actuar según su adiestramiento profesional. El 99,99% de los
psicólogos, psiquiatras, sociólogos, educadores, relaciones públicas,
publicistas, burócratas varios… van a preferir desoír esta información
por una cuestión de mera supervivencia de mentalidad de rata. Siempre
van a argumentar: “¡Yo sólo hago mi trabajo!” ¿Y cuál es ese trabajo?
Romper la barrera que protege al individuo de un Establishment político
muy interesado en controlar cada faceta del ciudadano global. Esa
barrera es la familia; y ese ciudadano eres tú.
Parte de ese 0,01% consciente de quién es y qué hace, fue Eric Trist,
psicólogo que estudió en Yale (Skull&Bones) y fue alumno de B.F.
Skinner. Trist observó la posibilidad de modificar la conducta (de
hecho, lo llaman “conductismo”) a través de ciertas técnicas. Existe una
palabra clave en el conductismo de masas: “crisis”. ¿Cuál es la época
más crítica de todo ser humano? La adolescencia. Por ello, se busca
prolongar la adolescencia de la población en sendos límites para
prefabricar una sociedad global infantil, inmadura, descentrada,
irreflexiva, dispersa, distraída y maleable. En civilizaciones normales,
la adolescencia era un corto y natural lapso de tiempo (uno o dos años,
a los 15 ó 16 años) que precedía a las responsabilidades de la vida
adulta. Tras cien años de trabajo de los think-tank globalistas, la
adolescencia es un amorfo tiempo extendido desde los diez años hasta
unos indeterminados treinta y tantos (o incluso más). Saben que la mejor
forma de garantizar la erradicación de relaciones interpersonales
profundas es instigar a tener varios compañeros sexuales durante los
críticos años de la adolescencia.
¿Por qué hacer de la población mundial una masa eternamente
adolescente? El adolescente es un consumidor nato. El adolescente gasta
más. El adolescente es pusilánime. Y sobre todo: el adolescente no es ni
un niño ni un adulto; es decir, es completamente dependiente y, al
mismo tiempo, es incapaz de formar una estructura familiar
independiente. Abrid los ojos y mirad a vuestro alrededor.
MEDIOS Y HERRAMIENTAS DE PROPAGANDA GLOBAL
Joseph Goebbels, profundo conocedor y admirador del trabajo de
Bernays, dejó en sus escritos sobre Weltanshauungskrieg en 1939: “En las
próximas décadas tendremos medios suficientes para modificar
completamente la percepción que el europeo tiene del mundo.” Esos medios
–ya lo señaló Le Bay y después Russell- eran medios técnicos, o en
definitiva, tecnológicos. La propaganda se serviría de los “nuevos
medios” de comunicación que aspirarán a tener un alcance global a lo
largo de todo el siglo XX.
Esta propaganda se presenta con apariencia artística, a pesar de que
su producción se lleva a cabo desde la antípoda de cualquier arte: la
industria. La Unión Soviética tenía una “Industria de la Cultura” que,
sin eufemismos soviéticos, no era otra cosa que el aparato de
propaganda. En los estados del bloque occidental el término más usado
para referirse a esa entidad gubernamental no fue “industria” sino
“ministerio”, voz política que está irremediablemente extraída del
contexto institucional vaticano. Estos aparatos (en la guerra fría,
“industrias” en los comunistas, “ministerios” en los capitalistas)
trazaron una línea conjunta de desarrollo coordinada por la UNESCO. Y
ahora, en pleno siglo XXI, se comprueba que todas las reformas
educativas, las legislaciones científicas y las políticas culturales
convergen en un mismo modelo con una simetría asombrosa.
¿Por qué los sistemas educativos tienden a uniformarse en todo el mundo?
¿Por qué se habla de una única comunidad científica internacional?
¿Por qué todos escuchamos la misma música, vemos las mismas películas, vestimos los mismos blue jeans?
Existe una coordinación meta-nacional en todo esto. Esa coordinación
de propaganda global se ejecuta actualmente desde Naciones Unidas.
Engañado por ese aparato, el ciudadano global ve arte, cultura y
educación, allá donde sólo hay propaganda, propaganda y propaganda. De
hecho, aún hoy (ya sin soviets), los propagandistas se refieren a esas
herramientas como “industrias”. Aquí señalaremos cinco de esas
industrias y un breve resumen de algunos de sus mecanismos.
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