Después de cuatro largos años en funciones, el papel de
primera línea que juega la Troika para mantener y exacerbar las condiciones de
crisis en el sur de Europa finalmente está comenzando a atraer algo de la
atención que merece. En Barcelona, una coalición de grupos de izquierda llevó a
cabo recientemente un evento para crear conciencia acerca de la “neo –
liberalización” de la Troika en la Europa del Sur. Incluso la institución
limpiabotas de Europa, el Parlamento Europeo, se ha comprometido a poner en
marcha una investigación sobre las operaciones de la Troika después de las
elecciones europeas de mayo.
Desde su concepción al principio de la crisis de la deuda
soberana de Europa, la impía alianza entre el FMI, el Banco Central Europeo y
la Comisión Europea ha producido un daño incalculable en las economías y
sociedades de una larga y creciente lista de países.
En muchos aspectos, las condiciones establecidas por la
Troika en las economías de la UE que hay que desangrar para rescatar, se
parecen a las que un ejército conquistador le podría imponer a un país que
ocupa. El gobierno de Grecia, por ejemplo, ha sido reducido a la condición de
un mero vasallo en tanto que el estado de bienestar del país y los servicios
públicos son despojados hasta los huesos por los buitres corporativos.
Como dijo el escritor y activista político chileno Luis
Sepúlveda en una entrevista para el documental griego Catastroika:”
Lo que está ocurriendo en Grecia es terrible. La democracia nació allí y el
sistema financiero internacional, decide ahora que también ahí debe morir.”
Como parte de ese proceso en curso, los costos de la
privatización han sido soportados casi exclusivamente por contribuyentes
griegos, quienes carecen completamente de liquidez, mientras que las ganancias
-estimadas inicialmente en unos 50 mil millones de euros- se van a los
acreedores internacionales. Industrias enteras como la del ferrocarril o la del
agua, los puertos y aeropuertos, las carreteras y la atención de la salud
-industrias que fueron creadas para servir a un propósito público vital, y que
han recibido décadas y décadas de inversión pública- están siendo vendidas a
precios de regalo a corporaciones internacionales privadas y a fondos de
inversión.
Y esto no solamente ocurre en Grecia. Aun en los países que
todavía no han recibido un rescate está creciendo la presión para privatizar
los activos estatales. En Italia, se celebró un referéndum sobre la
privatización del agua en junio de 2011, donde, con un cincuenta y siete por
ciento de participación de la población, arrojó que un 97 por ciento de los
votantes rechazaba totalmente la propuesta. Fue una declaración tan decisiva de
la voluntad popular como la que es esperable encontrar; y sin embargo, era
también, como suele ser el caso con los referendos nacionales en Europa en
estos días, la respuesta equivocada.
Sin dejarse intimidar por la fuerza de la oposición popular,
la Troika continuó aplicando presión sobre el Gobierno italiano para privatizar
las empresas estatales de agua, pero el geriátrico playboy y premier italiano
Silvio Berlusconi se negó a ceder. Lo cual no importó mucho: un año más tarde,
después de convertirse en demasiado riesgoso para el proyecto europeo,
Berlusconi fue derrocado en un veloz golpe de estado orquestado por Bruselas.
Su sustituto, Mario Monti, un banquero de toda la vida con estrechos vínculos
con la Comisión Europea, Goldman Sachs y el elitista think-tank de la Comisión
Trilateral, fue, como era de esperarse, un poco más susceptible a los deseos de
la Troika.
Fue un ejemplo perfecto de la máxima del filósofo marxista
SlavojŽižek de que “cuando las cosas se ponen serias en el mundo, los
‘expertos’ se hacen cargo”. Prontamente, Monti recibió una carta de los ex y de
los actuales presidentes del BCE, Jean Claude Trichet, y Mario Draghi,
insistiendo en la privatización de los derechos de distribución de agua de
Italia. El hecho de que la propuesta ya había sido categóricamente rechazada por
el pueblo italiano y que era efectivamente ilegal bajo la Constitución
italiana, no importó ni un ápice. Desde entonces se han hecho intentos -algunos
exitosamente- de privatizar los distritos de agua en Italia, incluyendo también
a la capital del país, Roma.
En España, mientras tanto, el gobierno de Rajoy se ha puesto
más que feliz con cumplir las exigencias de la Troika para privatizar la
vivienda social (vendiéndole
grandes lotes a los fondos internacionales de inversión y a los bancos de Wall
Street) y los hospitales públicos (aunque con algo menos de éxito, gracias
en gran parte a la fuerza de la oposición pública). El gobierno ha eliminado
también los subsidios a los servicios públicos básicos, como el gas y la
electricidad, lo que da como resultado fuertes aumentos en el costo básico de
la vida.
La misma historia se está reproduciendo en las naciones
rescatadas de Europa. Los perdedores son por lo general las clases pobres y
medias, mientras que los beneficiarios son los mismos de siempre: las corporaciones
multinacionales más grandes del mundo y (sí, lo has adivinado) los bancos.
Que la Troika ponga a los bancos en primer lugar (y en el
segundo, en el tercero y en el cuarto…) no debería sorprender a nadie. Después de
todo, dos de los socios de la Troika -el BCE y el FMI- son esencialmente los
inflados secuaces de los banqueros, mientras que el otro, la Comisión, está
en empeño con los grupos de presión que tienen su sede en Bruselas.
A través de sus acciones de los últimos 40 años, el FMI ha
mostrado ampliamente de qué pie cojea. Un perfecto ejemplo de ello fue el
rescate de 1994 al que llevó a México a raíz de la Crisis
del Tequila. Como Lawrence Kudlow, entonces editor económico de la
conservadora revista National Review, afirmó en una declaración jurada ante el
Congreso, los beneficiarios finales del plan de rescate no fueron ni el peso
mexicano ni la economía mexicana:
Se trató de un plan de rescate de los bancos
estadounidenses, casas de bolsa, fondos de pensiones y compañías de seguros,
que son los dueños de la deuda mexicana a corto plazo, incluyendo unos 16 mil millones de los dólares denominados
tesobonos y alrededor de 2,5 mil millones de los denominados en pesos bonos del
Tesoro (cetes).
En efecto, el dinero prestado por el FMI, el BPI y el Departamento
del Tesoro deEE.UU. se canalizó rápidamente a través del gobierno del país
receptor y de los bancos que luchan por las arcas de algunas de las mayores
instituciones financieras privadas del mundo. El dinero apenas tocó tierra
mexicana, pero la deuda sigue estando ahí -y ciertamente gracias a los efectos
prodigiosos del interés compuesto-, se sigue acumulando hasta nuestros días.
Este es esencialmente el modelo de gestión de una crisis
financiera que ahora se aplica en casi todas las economías occidentales, con la
notable excepción de Islandia. En Grecia, la asombrosa cifra de 300 mil
millones de euros en deuda impagable fue invertida en su moribunda economía. Y
tal como sucedió en México, sólo una fracción risible de ese dinero se ha
quedado realmente sobre el terreno.
Según un artículo publicado por el principal partido de la
oposición griega, SYRIZA, intitulado “El
Plan de Rescate Griego: Una Crisis Humanitaria“, 98.4 por ciento de los
fondos de rescate han sido desviados de nuevo a los prestamistas de Grecia, que
rescatan en primer lugar a los bancos franceses y alemanes. Así es: sólo un
miserable 1.6 por ciento del dinero del Mecanismo de Estabilidad Europeo está en
realidad llegando a la economía griega real. Y mientras el dinero se mueve
hacia costas más ricas, la deuda sigue creciendo.
Es más, mientras que los trabajadores y pensionistas son
sobrecargados de impuestos y sufren las consecuencias de severos recortes en su
gasto, la Troika y el gobierno han hecho patéticamente poco para abordar el
verdadero problema de la evasión fiscal. De acuerdo con SYRIZA, las autoridades
gubernamentales descubrieron que 6.575 compañías foráneas debían cientos de
millones de euros en impuestos. ¿Adivinen cuántas de esas empresas han sido
realmente llamados por las autoridades para saldar sus cuentas? Treinta y
cuatro; es decir ¡el 0,5 por ciento de ellas!
En resumen, los principales beneficiarios de los rescates
sucesivos de Grecia han sido los bancos franceses y alemanes, por no mencionar
a la propia élite financiera, empresarial y política de Grecia. En cuanto al
rescate de Portugal, los principales beneficiarios han sido los bancos
españoles, mientras que en el caso del “rescate” de Irlanda, el Reino Unido y
los bancos alemanes se han llevado a casa la parte del león del botín.
Con todo, billones de euros de nueva deuda -deuda para la
que múltiples generaciones de europeos tienen ya su ficha correspondiente- se
han conjurado de la nada y se bombean a través de los ministerios de finanzas
nacionales. Y con un solo propósito: salvar a los bancos más grandes del
continente de las consecuencias de sus propias imprudentes inversiones,
mientras que a la población de Europa se le dice que no pueden permitirse el
lujo de pagar por incluso los más básicos de los servicios públicos,
incluida la distribución del agua.
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